A pesar de
haber perdido la memoria. Mientras alguien nos recuerde existimos.
La memoria
nos hace reales. Podemos contar quienes somos y que hemos hecho.
Las
biografías cumplen con ese cometido. Recordar.
Recordarnos.
Luis Buñuel
en su libro Mi último suspiro dice: “Hay
que haber empezado a perder la memoria, aunque sólo sea a retazos, para darse
cuenta de que esta memoria es lo que constituye toda nuestra vida. Una vida sin
memoria no sería vida, como una inteligencia sin posibilidad de expresar no
sería inteligencia.”
Amalá Saint
Pierre y Francisco Paco López decidieron rescatar la memoria de Roser Bru. Y utilizan
este biodrama para contar a dos voces la historia de Roser. Un diálogo casi al
unísono con fondo de El Bolero de
Ravel.
Niña, joven,
exiliada, inmigrada. Hija, madre y abuela. Siempre artista comprometida con la
historia que la acompaña desde su nacimiento.
Barcelona,
la República española, el exilio europeo, el exilio chileno. La inmigración y
el decidir quedarse aquí.
“Guerra, exilio, desaparecidos. Roser ya vivió
demasiadas guerras, demasiados exilios…”
Así lo cuentan
y nos muestran fotos y pinturas que nos
pasean por la vida de Roser. La vemos joven, sola y acompañada. Conocemos a sus
padres y hasta la maleta con que cruzó montañas y mares.
El relato
contiene emoción. Es imposible quedar inconmovible
ante la historia.
Todo el
texto nos recuerda a Henry Miller cuando anuncia “El artista está en guerra perpetua con la muerte”.
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