domingo, enero 22, 2006

Danza Amateur


Danza amateur
Crear público para la danza

Mabel Diana

En los últimos años se ha extendido la danza como una plaga benéfica para el cuerpo y para el alma. Todos bailan o quieren bailar, hay adictos al hip-hop, a la salsa, hay tangueros, flamencos, folclóricos, clásicos, contemporáneos, todos entregados a la locura de bailar y con maestros apasionados que les inculcan el amor a la danza.
Esos maestros realizan la hazaña de llevar por el camino de la disciplina a los jóvenes con ganas de bailar. Los convencen de la necesitad del esfuerzo sostenido e inculcan la noción de metas a lograr y la disfrutable obstinación para conseguirlas.
Los bailarines amateurs combinan la danza con el resto de sus actividades. Pero así y todo lo hacen con energía y compromiso personal. Con euforia y entrega.
En esta actividad el grupo es más importante que el individualismo. El trabajo es colectivo y el grupo de pertenencia es muy significativo.
La actividad compartida se convierte en espacio de reunión y en toma de conciencia del propio cuerpo y del cuerpo grupal.
Una nueva actitud frente a la vida. La aceptación de reglas imprescindibles para la superación de los obstáculos. La maravilla de verse avanzar en la técnica y en los logros. Una actividad saludable tanto para el cuerpo como para el espíritu.

En la actualidad en la arquitectura donde vivimos, la conciencia del espacio ha sido modificada. Estamos rodeados de luces artificiales, aires acondicionados y ángulos rectos. Todo eso nos hace perder de vista que somos parte de la naturaleza. Cerraduras, ascensores, pasillos herméticos, ventanas que no se abren. Edificios altos que nos empequeñecen y nos hacen sentir vulnerables. Perdemos la noción del día y la noche, los ritmos naturales que antes nos hacían tener incorporado el ritmo de la existencia, están totalmente ocultos por las magníficas y aterradoras creaciones del hombre contemporáneo.
Hemos perdido el ritmo natural y la búsqueda inconsciente por querer recuperarlo nos lleva a intentar movernos al compás de algún ritmo.
Es escalofriante ver multitudes de personas moviéndose al unísono en las presentaciones de los grupos musicales o cantantes famosos. El “rating” de los programas de televisión donde los jóvenes y niños compiten bailando y cantando.
Una necesidad imperiosa por el ritmo.
Recuperar los latidos del corazón y de la respiración, ahora perdidos en el estruendo de las ciudades modernas.
Ese latido que calma a los bebés, ese corazón cercano que nos pone en contacto con el origen. El pulso vital que corre por nuestras venas, y al cual queremos regresar como refugio anhelado.
Es esa la magia de la danza, cualquiera sea el estilo elegido, recuperar el ritmo de la naturaleza primigenia y a la vez, por que no, el sentido ritual. Volvemos a bailar danzas de cortejo, de iniciación, de plegaria masiva.

Los bailarines aficionados, a partir del conocimiento de su cuerpo y el desarrollo de habilidades físicas, aprenden a disfrutar con el movimiento y el virtuosismo. Son ellos los encargados de mantener el germen de la danza. Son los que sabrán apreciar el trabajo de los bailarines profesionales y de los coreógrafos. Los que inculcarán en sus familias el gusto por la danza como algo cercano, bello y placentero.

Los maestros de danza están cumpliendo con una misión invaluable. Son los responsables de conectar a sus alumnos con la magia del ritmo, con el gusto del movimiento per se. Son los detonadores de vocaciones y creadores de público para la danza.
De los cientos de alumnos que pasan por sus manos, algunos serán los elegidos. Sólo unos pocos elegirán la danza como profesión. Pero todos habrán grabado en su cuerpo los recuerdos imborrables de cómo bailar. Ya no se olvidarán del placer que significa el moverse al compás de un pulso, de cualquier ritmo.
¿Cuáles son los más valiosos? ¿Quiénes son los que merecen más atención?
Es como preguntarle a una madre a cual de sus hijos quiere más.
Unos y otros necesitan de toda la atención del maestro. Cada uno tiene capacidades diferentes. Pero nunca sabe el maestro quién será el que aproveche mejor sus enseñanzas.
Eso que quedará siempre en su memoria corporal y que podrá recuperarlo a la menor provocación.

Tengo presente un texto leído en el libro de Mary Wigman El lenguaje de la danza. En el prefacio escrito por Jacqueline Robinson ella recuerda lo dicho por la maestra:
“Aún si no vemos por ahora creaciones artísticas sorprendentes, el trabajo sigue constante y silenciosamente. Pienso especialmente en el alumno-bailarín, para quien la danza es un “hobby” y no tiene la intención de hacer carrera...¡Qué maravillosa responsabilidad para los pedagogos de la danza! Tienen por objetivo preparar el futuro de la danza! El bailarín no profesional no está sometido a los riesgos a los que el profesional debe hacer frente: la competencia a veces cruel, la exacerbada ambición, la carrera sin cuartel para superar a los demás. Estos bailarines bailan en nombre de la danza. Lo que se hace en estas condiciones está hecho por amor a la danza y por el amor del hombre.”