miércoles, junio 18, 2008


Guerra
Colectivo de Arte La Vitrina
Mabel Diana


“Abrimos una brecha para compartir con el público, dentro de la vorágine que el sistema impone a la realidad contemporánea. Allí se instala la Guerra como una trinchera donde se intercambian impresiones de la humanidad incesantemente vapuleada. Cada situación presenta al cuerpo traumatizado por el egoísmo depredador del mercado. Así en el transcurso de las escenas nos aliamos para dejar al descubierto el cinismo voraz y solapado de los poderes gubernamentales y económicos que buscan lucrar con la humanidad y su rapiña globalizada, nos apoyamos para fortalecernos y juntos conformar un frente que nos lleve a salir de este letargo individualista y consumidor y tomar acciones para provocar un cambio que genere utopías mas solidarias, equitativas, participativas, respetuosas, horizontales y humanas.”...


Como retribución se ha solicitado al espectador entregar a la entrada un alimento no perecedero.
A cambio le dan una cobija para protegerse del frío, y a alguno de los que llegan en primer lugar, un paquete con ropas con el nombre de uno de los intérpretes y la misión de vestirlos.

Se entra por un laberinto estrecho en cuyas paredes, de plástico negro, hay pequeños cuadros con fotografías y textos. Después de dos vueltas se llega al espacio escénico. Hay bancas en los cuatro lados y en el piso están los ocho intérpretes acostados, vestidos sólo con ropa interior. Hay piedras esparcidas en el suelo.
A los que nos ha tocado la misión de vestirlos nos acercamos y cubrimos esos cuerpos desvanecidos, pesados. A mi me tocó ponerle vestido, sweater y zapatos rojos a una de las intérpretes.
Cuando todos estuvieron vestidos y sentados como muñecos desvencijados y el público sentado y arropado con su cobija, un cambio de luz dio comienzo a la acción.

Los intérpretes se paran, se arreglan las ropas, se estiran, respiran. Caminan decididos a un lugar. Repiten varias veces esa acción y comienzan a mover piedras y juntarlas en el centro donde hay una línea de luces. Luego dejan una mitad del espacio libre de piedras y allí se colocan todos y realizan una secuencia de movimiento.
Un sonido de radio con interferencia sirve de música. Una de ellos canta suavemente, “Bésame mucho...” el movimiento los lleva a respirar y a abrazarse. Vuelven a mover las piedras, quitan las luces que están en el suelo dividiendo el espacio y las llevan a un extremo.
Todos hacen una línea y una de ellos tiembla dramáticamente, grita y cae al suelo. Comienzan cada uno a decir diferentes textos, todos ellos referidos a su propia muerte. Uno de ellos habla en aymará . Todos cantan repitiendo lo que él dice.
Se separa una pareja y baila sola. Los otros recogen las piedras y las apilan en un extremo, mientras siguen cantando y buscan objetos debajo de las bancas de los espectadores.
Aparecen flautas de carrizo, las reparten al público y las tocan haciendo una procesión invitándolos.
Una intérprete cuenta su muerte a manos de un soldado, entran corriendo cinco de los intérpretes y hacen una secuencia de movimientos juntos. Unos gritan, los otros los rescatan, los cargan, los protegen, se llaman. Repiten las secuencias varias veces.
Se juntan en una de las esquinas, se quitan la ropa, se tapan los ojos.
Dos hombres y una mujer, se arrodillan enfrentando a sus verdugos. Estos golpean las piedras, su sonido asemeja primero la lluvia, luego disparos de armas. Los sentenciados se retuercen con el sonido de los impactos. Los verdugos les arrojan piedras que golpean sobre el muro detrás de ellos. Suenan como tiros.

Uno de ellos pone un metrónomo que marca un ritmo preciso. El público es invitado a cambiar de lugar. La escena ocurre en una mitad del espacio ahora rodeado de las bancas de los espectadores. Un hombre en el suelo cuenta y repite entrecortadamente que: “ estaba allí hace un rato...era peor antes...” No termina de contar. Cambia la luz.
Regresan las bancas a su posición inicial. Los bailarines van a buscar entre el público a quienes los vistieron y cada uno le cuenta a su protector su historia. La canta , la baila.
Todos cantan juntos. Cambia la luz.
Un espectador es llamado a leer un texto, mientras lo lee una bailarina danza a su alrededor.
El texto es de ahogo, de muerte, de situación de guerra, de derrumbe.
Entran todos y buscan las piedras y rodean un cuerpo y hacen una ceremonia de entierro. Cantan en aymará y hacen sonido con las piedras, frotándolas y golpeándolas.
Alguien pregunta “¿cuantas personas mueren cada segundo?”
Cantan “María, María, María y José, cuando un día me muera, yo no lo sabré”. Y van cayendo uno a uno.
El coreógrafo a través de un megáfono, que hace sonar su voz como en las arengas militares, comienza a leer un texto lleno de referencias a las desigualdades sociales, a las poblaciones marginales, a los conflictos que existen en la tierra, a la necesidad de recuperar la dignidad y el coraje que nos lleve a salir del letargo individualista y consumidor, entre muchas otras cosas más.
Con la frase de “El otro soy yo”... los bailarines invitan a bailar al público, los abrazan y con una luces rojas, como ambiente finaliza la obra.

La idea y dirección de la obra fue de Nelson Avilés, quien junto al Colectivo de Arte La Vitrina montó la obra “Guerra”.
Ellos tienen un espacio en medio de una bodega de abarrotes al que saben sacarle partido. Lo modifican y acomodan según la obra. Sus paredes, ahora son de tela plástica negra.
Son firmes en sus convicciones y no dejan de señalar en sus creaciones lo que piensan del mundo y fomentan la reflexión en torno al arte.
Ahora a partir del tema de la propia muerte surgieron los textos y las acciones del montaje. Los intérpretes –creadores, se entregaron a las manos de Nelson Avilés para llevar la obra a las profundidades. Cada uno de ellos imaginó su muerte y de esa manera le entregaron al coreógrafo el material con el que trabajó.
La invitación a vestir al desnudo, abrazar al desvalido, cantar a los muertos, dio un resultado inquietante. Hacer conciente la necesidad de las acciones solidarias, es un logro al que no estamos acostumbrados que ocurra después de ver una obra de danza.

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